Escribo estas líneas sentado en las escaleras del hall central del Centro de Convenciones de Las Vegas. A mi alrededor, más de un millar de empresas quieren venderles soluciones de televisión a más de cien mil compradores de todo el mundo. El ambiente presenta una ebullición incomparable y el tema predominante es la alta definición. Todo gira alrededor del HD, y me pregunto: ¿qué tiene que ver esto con nosotros?
Hace ya varios años insistimos en que las productoras de televisión en América Latina deben alistarse para producir HD. No para atender una demanda local sino para expandir los negocios allende sus mercados y satisfacer la avidez por contenido en alta definición que empieza a notarse en el mercado hispano de Estados Unidos.
Si bien es una posición realista, reconozco que puede parecer algo vil. ¿Debemos renunciar a los mercados naturales --nuestras ciudades, nuestra población rural-- y buscar una mayor renta en el exterior? La razón es que las condiciones socioeconómicas de nuestros países no permiten una implantación pronta de sistemas de televisión abierta digital, ni la adopción por parte de la población, de aparatos receptores en HD.
La popularización de la radio durante los años cincuenta en América Latina correspondió --en muchos países-- a una política de Estado. La radio permitió la consolidación de nuestras identidades culturales y sirvió también como instrumento para el desarrollo en comunidades rurales. La televisión, en los sesenta, cumplió un papel similar. El potencial educativo de la televisión fue uno de los motivos por los cuales los estados procuraron que las señales cubrieran la mayor parte del territorio y que la televisión penetrara hasta los estratos más pobres de la población.
No podemos decir lo mismo de la televisión de alta definición. Un niño campesino podrá aprender a sumar igual en un aparato en blanco y negro que en un monitor HD de US$ 1.000. Sin embargo, estoy seguro de que la alta definición llegará a América Latina. Las elites urbanas de nuestro continente, con poder adquisitivo y modos de vida propios del primer mundo, adoptarán la televisión de alta definición, por cable, por satélite o por medio de señales abiertas. Aunque la decisión sobre la norma de TV digital que se adopte en nuestros países --ojalá se discuta en foros de integración regional-- corresponde a los entes reguladores, no podemos esperar ni exigir que nuestros gobiernos aborden el problema de la televisión en HD como una política de Estado. En contraposición al desarrollo de la televisión en América Latina hace medio siglo, esta vez le toca al sector privado liderar el proceso de traer la televisión de alta definición. Cuando sea rentable.
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